Algunas Veces y Otras También

Hace unos cuantos días, ni muchos ni pocos, sólo algunos, daba pequeños sorbos a una taza de café sentado en un concurrido local a unas cuantas cuadras de mi casa. Leía el periódico con interés; que si guerras, que si fraudes, que si promesas incumplidas y nuevas por venir. De pronto noté a una regordeta paloma negra con blanco, ni demasiado negra, ni demasiado blanca, que miraba atenta las hojas del diario que revisaba.
Al principio no puse mucha atención, hasta que la paloma un poco negra y un poco blanca, me interrumpió al pasar de hoja, pidiéndome que no lo hiciera, ya que aún no acababa de leer la nota sobre los crecientes índices de inseguridad en la ciudad. Ante mi cara de asombro la paloma ni muy joven, ni muy vieja – cosa que noté por su voz- me pidió tranquilizarme. Sí, ella habla, sí, lee el periódico, le interesan los grandes problemas de la humanidad y tiene nombre, se llama Juana.
Sin embargo, ese no era el secreto más asombroso de mi amiga Juana. Al preguntarle si varias palomas compartían sus gustos e intereses, me dijo que no, que existía una razón para que ella fuese así. Tenía vértigo, que no era mucho ni poco, sino bastante, por lo que no podía volar. Esto la obligó a vivir a nivel de suelo, lo que hizo que existiera a la altura de los humanos, observándolos y por ende, adoptando algunas de sus costumbres.
Juana y yo pasamos la tarde juntos. Fuimos al cine, la llevé a cenar a la casa y por la noche incluso me acompañó a tomar un trago al bar. Parados ahí, entre copa y copa, me confesó que sufría a diario por no poder volar. Que si bien era divertido leer el periódico y enterarse de lo que pasa en el mundo, el resto de las palomas se burlaban mucho de ella, nunca podía ir a las fiestas que hacían en los árboles y tenía que cuidarse continuamente de los pisotones humanos.
De regreso a casa yo también le conté algunos de mis temas, algunos interesantes, otros aburridos, unos nuevos y otros desgastados. Llegando a la puerta la invité a pasar, pero no quiso. Me dijo que al final del día su vida era al aire libre, aunque hoy no volara, aunque mañana tampoco lo hiciera, no perdía la esperanza.
Desde esa noche no la he vuelto a ver. A veces cuando tomo café y alguna paloma ronda el local, les hablo a ver si me contestan. Creo que la gente pensará que no soy ni poco ni muy raro, sino que soy un verdadero lunático. Da igual, tal vez un día alguna me conteste y me diga si ha visto a Juana, si ya voló, si sigue tratando, y que le diga de mi parte que a pesar de todo lo sigo intentando.