3.19.2006

Sueño y Sol

El 17 de julio del 2013 no anocheció. Conforme las horas transcurrían, el asombro iba subiendo como espuma entre la gente que se asomaba por la ventana a las 8, 9 y 10 de la noche y veía un sol radiante bañando a la ciudad. Al parecer sólo fue aquí, en este conglomerado de cemento y luces, pues en las periferias oscureció como lo ha hecho desde el inicio de los tiempos.

A mí no me extrañó menos que al resto. Tampoco es que haya desarrollado hipótesis fatalistas o incluso mágicas, simplemente me sorprendió. Después de cenar decidí ir al Monte de la Media Noche, lugar elegido espontáneamente por los ciudadanos de esta luminosa ciudad para esperar a que el sol desistiera y se fuera a dormir.

Al llegar al monte me sorprendió la agilidad de los vendedores locales; puestos de bebida y comida por todo el lugar, camisetas con la leyenda “La nueva ciudad que nunca duerme” y demás souvenirs de ocasión.

Me sentí a la orilla de un acantilado que se formaba en el monte. De pronto me sentí a la orilla de mí mismo. El único propósito del día y la noche es poder finalizar ciclos, no estar sujetos a la eternidad, no perderse en un camino sin final sino pensar, aunque sea sólo así, que hay un nuevo inicio. Pendí un cigarro de marihuana.

Cuando el tiempo encontró un nuevo ritmo entre calada y calada, la vi suspendida a mi izquierda. Veía al cielo, se perdía en él, tan hermosa como desconocida, tan ajena al entorno, tan cerca de mí. Quería hablarle, decirle algo sin saber qué, aunque tampoco podía alterar esa escena que me tenía idiotizado.

Al cabo de unos minutos, después de las historias que me conté al odio, decidí hablarle. Lo hice, le hablé. Lo hizo, me contestó. El sol cayó.