10.25.2005

Entierro de lutos

Este entierro
sin caja ni panteón,
peso muerto que empapa
la tela del colchón.

Un ahora,
caduco a previo aviso;
la cuenta está saldada:
Yo sigo mi camino.

Las frases que dije,
no las cobro ni retiro,
si no fueron escuchadas,
que se vayan al olvido.

Son palabras,
que no esconden algo más.
Hoy no hay punto y seguido;
hoy es uno y final.

(Gracias Sabina)

10.10.2005

Temporada de lluvias

Al regreso de mi viaje de no sé dónde a no sé por qué, encontré mi casa empapada en un llanto profundo y sentido; las esquinas de los cuartos, inconsolables, balbuceaban hilvanando palabras entrecortadas que formaban historias sin sentido. La mesita de mi habitación languideció e inmóvil soltaba pequeños sollozos, interrumpidos por la mirada inquisidora de la silla, que le reclamaba furiosa, invitando a su compañera a un envite trágico de antemano, aún sin suceder. La cama callada, con un llanto casi contenido, empapaba el colchón y humedecía de a poco hasta las patas, que temblaban privadas.

Entre olor a tierra mojada y madrugada, me fui ahogando entre las lágrimas de mi casa. Me quedé inmóvil, a la mitad de la estancia. No podía estar de otra forma, no sabía. Con el agua a la mitad del pecho, me uní al resto y abrí la válvula de las miserias y los días dislocados, los futuros entredichos, las historias enterradas por muerte natural y las que nunca debieron acabar. Se fueron por el drenaje las marcas indelebles, el olor a café de la mañana y el dulce de los labios que distraídos salieron un día por la mañana y no volvieron jamás. La media noche callada me contó tantas historias que no caben en un libro, sobre un tipo que a la distancia me parece familiar.

10.05.2005

Balada de la calaberita

Mi nombre es Leonardo Acevedo y he dejado de buscar la mejor forma de morir. Durante años viví fascinado por este tema, pues creo que es fundamental para cualquier ser humano; si bien es cierto que no podemos controlar la forma en la que llegamos a este mundo, podemos influir en la manera de dejarlo. Una vida anodina e intrascendente puede tener un verdadero colofón si salimos de escena de forma adecuada.

Desde que era adolescente le preguntaba a mis amigos sobre la forma en la que querían morir. Generalmente pensaban que estaba loco, que era un tema que no debía tocar. Sin embargo, siempre supe que a Pedro le hubiera gustado perecer en un auto de carreras, y que a Julia le hubiera encantado dejar este mundo a la mitad de un acto sado. Nunca me lo dijeron abiertamente, pero lo sabía.

Cuando me casé mis mayores discusiones fueron causadas por este tema. Mi esposa creía que era una verdadera irresponsabilidad de mi parte pensar en mi deceso de forma tan recurrente. Ella no entendía que disfrutaba enormemente jugar con el perro, alimentar a mis hijos y pasearla– en ese orden – y que realmente no quería dejar el mundo. Simplemente me interesaba ser cuidadoso con esa elección.

Dentro de mis ideas favoritas estaban la de morir salvando a alguien de un asalto o de un incendio. Siempre tiré más al lado heroico. Complejos de la infancia, supongo. Siempre evadí algunos lugares comunes, como morir en un accidente automovilístico o en un acto sexual. Compadecía a la pareja en turno. Tampoco quise tirarme de un edificio. Miedo a las alturas. Pensaba que la forma más digna de morir era salvando la vida de otra persona. De esa forma mi muerte sería recordada, y parte de mi historia la llevaría el sobreviviente. Intercambiar mi vida por la inmortalidad.

Desafortunadamente morí de un infarto en un banco. Una muerte miserable. Di un espectáculo a un montón de individuos con dinero en la mente, y que lo único que se llevaron fue una anécdota para contar durante la cena. Ahora estoy estrenando mi nuevo traje de madera y voy en no sé qué, destino a no sé donde. Si llego a tener otra vida, no me preocuparé únicamente por la forma de morir. Creo que el momento también importa.