11.21.2005

Música y Fútbol

Llevaba tiempo sin acordarme de mis sueños. Tal vez por no haber llegado al momento preciso del descanso en el que se sueltan los demonios, por mala memoria o por algún tipo de maldición. Pero anoche, me escondí en las arrugas de mi inconciente y volé de mi cama a otra cama, que también es la mía, pero en otro tiempo y en otro lugar. Ahí, recibí la llamada de alguien, que en otro momento fue Alguien – con mayúscula – que protagonizaba historias que veía de lejos. Su instrucción fue precisa: Llega a las 7:30, primero ensayamos con la banda – yo tenía que tocar el piano – y luego jugamos fútbol.

Accedí de inmediato, tal vez porque en ese tiempo y lugar así lo hice siempre con ella, o porque tenía ganas de tocar en un grupo y jugar fútbol. El único inconveniente era que recordé que no sé tocar el piano – de hecho no toco ningún instrumento musical – y que tengo la lastimada la rodilla – dato también verídico desde hace una semana.

Ante esa situación, deduje que lo más adecuado era dormirme, así que tomé una siesta durante mi sueño. Ahí, soñé que llegaba a la cancha de fútbol donde sólo estaba una chica cuyo rostro me era familiar, más no podía decir a ciencia cierta quién era. Debo decir que pasé una tarde espléndida, jugando fútbol en traje de baño – ya no me dolía la rodilla, y a ella definitivamente no le dolía nada – y comiendo hot dogs. Me despedí de la chica y de inmediato desperté, sin escala en mi segundo sueño.

Ojalá soñara más, y de hacerlo, esperaría poder recordarlo. Ante la limitación de mis modestas 17 horas de vigilia, no cae mal contarme esas historias que luego me niego a relatar.

11.13.2005

La verdadera historia de David y Goliat

Eugenio Monteverde, un viejo anticuario salvadoreño, me confiaba recientemente en una plática de café un hecho que aún me cuesta trabajo creer. Él ha dedicado toda su vida a la verificación de historias y leyendas de toda índole, y su último descubrimiento apunta a la falsedad del pasaje bíblico de David y Goliat.

Me comentaba Monteverde que existen diversos documentos de la época que aún se preservan, y que desmienten el mito que a la fecha es considerado como cierto por la comunidad católica, principalmente. Todo empezó al encontrar “El Filisteo Hoy”, una gacetilla subversiva de la época, que fue enterrada en la memoria de los muertos que no pudieron contar la verdad.

Goliat:

Nacido en el ceno de una familia filistea de clase media, Goliat siempre sobresalió por su fortaleza, pero sobre todo, por su astucia. Vago y mujeriego, fue el azote de las mujeres de su aldea y de los alrededores, razón por la que desde pequeño se vio obligado a saberse defender, ya que fueron tantos los líos de faldas en los que se vio involucrado, que aprender a ser un hábil púgil fue indispensable.

Cuando tenía 24 años inició un romance con la esposa del abarrotero más grande de la localidad, y al ser descubierto escapó de inmediato, encontrando como única alternativa enrolarse en el ejército. Desde ese momento, su fama se extiende y es que sabemos de él.

David:

El cuarto hijo de los ocho que tuvo un efrateo de Belén de Judá, llamado Jesé, era inexplicablemente admirado por su familia; depositario de una serie de atributos que distaban de la realidad, creció con un aire pretencioso y arrogante que lo hicieron amado por los ignorantes y despreciado por aquellos con un juicio medianamente desarrollado.

Bueno para nada, afirmaba ser un actor famoso en busca de un papel que lo retara como artista. Ni artista ni artesano, fue la burla de los grupos teatrales, que por pasar un buen rato, le dieron roles perfectamente ridículos.

La pelea:

La lucha entre David y Goliat no fue una afrenta épica como cuentan los pasajes que se han venido replicando de forma casi interminable. En realidad, el encuentro fue organizado por un promotor chino de la época en una arena de boxeo improvisada a la mitad del desierto.

El día antes del encuentro David visitó a Goliat en una taberna cercana a la arena. Después de compartir un par de mezcales – aunque no lo crean, había mezcales en el lugar – el enano – perdón, el hombre de baja estatura – le hizo una propuesta: Dejarse ganar a cambio de 100 monedas de oro.

Goliat aceptó sin asomar ni un atisbo de duda. Se retiró del lugar y fue a dormir unas cuantas horas antes de su cita con la historia. Cumpliendo con el trato, se dejó vencer, cosa que fue difícil, ya que ante la resaca de David era complicado darle verosimilitud a tan absurdo espectáculo.

Al día siguiente, el gigante fue a cobrar lo acordado. Sin embargo, David ya no estaba en su casa; se había llevado todo, sin dejar rastro alguno, ni el dinero, ni su palabra, ni nada. Goliat lo fue a buscar por las aldeas, los campamentos, los ríos y los mares, hasta que lo encontró. Al hacerlo, le asestó un certero golpe justo en la mitad de la frente, que lo mató de inmediato.

Y al final…

Al terminar su narración, Monteverde me dijo algunas palabras que hoy recuerdo. Concluyó que la fortaleza y la naturaleza de un guerrero son algo irreductible; pensar que las palabras o pequeños encantos pueden más que la naturaleza, sería un terrible error. Argumentó, sin embargo, que la verdadera astucia radica en encontrar caminos distintos a los que exponen a los cuerpos y a la memoria de los pueblos a dolores y cicatrices interminables. Los mártires son valiosos para los historiadores y la narrativa – continuaba – pero no para la humanidad. David jamás podría haber vencido a Goliat, por la simple razón de que su naturaleza no era equiparable. Ambos eran unos tarados, finalizó.