8.15.2006

Entre las sombras te vi

No es que los muebles callados en mi recámara me hayan hablado, nada de eso. Tampoco es que lo ruidoso del silencio retumbe en mis oídos más y más conforme el tic – tac rompe como martillo en la nada del aire. Na ah. Espero que tampoco sea la locura, que no haya rebasado esa línea tan delgada que divide a los que están en la razón y los demás. Más bien quiero pensar que soy especial, y que por eso llegó a mi vida Lucía, mi amiga imaginaria.

Me la topé una mañana de resaca saliendo del baño. Me asusté, sí, un poco, sí, cuando de pronto acostada en mi cama la vi. No había levantado a nadie anoche – ni en ninguna de las noches en la que salía -, así que ese no era el caso. “¿Quién eres?’”, pregunté, y un poco se rió. “No es broma, ¿quién eres?”, pregunté de nuevo, y un poco más se rió.

“Lucía”

Dijo con una voz suave que acarició mi mañana y suavizó mis angustias. Lucía, así nomás, simple, corto y sin un final. Hay nombres chatos, que se pronuncian y sabes que no hay más. Cuando dijo “Lucía”, esa última “a” se perdió en el aire, como viajando en su propio eco sin desaparecer.

Me explicó que era mi amiga, sin más. Me pidió únicamente que no hiciera más preguntas; nadie más la podía ver ni escuchar, simplemente seríamos amigos y punto.

Debo decir que me sentí afortunado. Perdido en las posibilidades, mi amigo pudo ser una tarántula, un luchador de sumo o un panista. Sin embargo, se apareció Lucía. No es que fuera extraordinariamente hermosa, ni que tuviera la inteligencia de un erudito – seamos sinceros, salió de mi imaginación no de la de un genio. Aún así, me la pasaba bien con ella.

Confieso que me ponía nervioso…No sabía si me gustaba, si me daba miedo.. No, miedo no era… Pero a su lado me sentía mejor que en ningún otro lugar y con todos los miedos acumulados al mismo tiempo. Fuimos a la playa. En la segunda noche allí, sentados en la arena y fumando un churro – sí, mi amiga imaginaria era pacheca – no pude evitarlo. Le dije que sin saber de dónde había salido ni por qué, daba igual la explicación. Estaba enamorado de ella y quería que fuera mi novia imaginaria. Aceptó.

Tuvimos un problema. Mi nueva novia era célibe, y no aceptaba bajo ningún pretexto que tuviéramos relaciones. Al principio no importaba, ya que estaba enamorado y en el amor los pequeños detalles permanecen pequeños… Por un tiempo, ya que al pasar de las semanas dejó de ser gracioso. Se lo expliqué de mil formas. Al parecer tenía miedo de quedar embarazada, y yo le decía que no había problema, que podíamos tener los hijos imaginarios que quisiera. “No es tu panza, por eso lo dices”, remató.

Un par de meses después, yo ya pensaba en la infidelidad. Era complicado, pues Lucía estaba casi todo el tiempo conmigo, y la quería, pero al mismo tiempo, no aguantaba. Una noche, me dijo que me entendía, que me quería dejar libre. Yo reaccioné al instante diciendo que no, que lo que había pensado era una locura – recapacité que esta mujer podía meterse en mis pensamientos – y que quería pasar el resto de mis días a su lado. Sonrió. Me llevó a la cama e hicimos el amor por primera vez. Al terminar, la abracé con toda mi fuerza y me quedé dormido. Me acuerdo que soñé con luces que me abrazaban, con mares pequeños, con instantes eternos. Ahí, en medio de un sueño y de su mano, se despidió de mí con una sonrisa que dijo todo lo que había que decir. Adios.