12.17.2008

Escrito en una canción


Entre una palabra y otra, encontró un espacio para dar una calada y respirar. Respirar, algo que tan cotidiano y tan ajeno a lo conciente, a lo que digerimos de inicio a fin. Sonaba “que me basta con ser tu enemigo, tu todo tu esclavo, tu fiebre tu dueño…” y daba otra calada.

Abrió la puerta del pequeño departamento y caminó hasta de la plaza. Dio otra calada y se sentó en una banca, al lado del jardín. Pensó por un momento, regresar en el tiempo, buscar su infancia, vivir sus quince años, sus veinte, sus treinta. Dio otra calada.

Pensó después en otro hombre que se sentara a su lado, pensando en sus quince, sus veinte y sus treinta, y trato de olvidar aquello que lo afligía, en tumbarse en la alfombra a la orilla de la chimenea, como dicen, a esperar a que suba la marea. Pero nadie se sentó a su lado.

Pensó en los adioses que no maquillan un hasta luego, en los nuncas que no esconden un ojalá, en las cenizas que no juegan con fuego, en los ciegos que no miran para atrás. Y sin dar acuse de recibo, juntó todas las palabritas que daban vuelta en su cabeza, las metió en una bolsa que guardaba en quiénsabedónde y las echó a la fuente.

Sólo le quedaron algunas paraules d´amor que decidió no remojar, guardar para alguna emergencia, algún encuentro urgente, algún día cercano, tal vez. Al parecer, aún tenía esperanza. Vaya usted a saber.