1.01.2006

Los Lunarios

Los lunarios desaparecieron después de primera mitad del siglo XVIII, sin dejar rastro de su paso por este planeta. Acarrearon al destierro su recuerdo, que es esa pequeña resaca de vida, tiempo justo para terminar de ser un habitante en la memoria de unos cuantos. Durante más de 200 años viajaron por los sueños de la gente, se escondieron en las arrugas de los deseos de hombres y mujeres que gritaban dormidos lo que en la vigilia se ahogaba en una vidas mudas y anodinas.

Se dice que sólo podían viajar a lo largo de los sueños de la gente durante las noches de luna nueva; saltaban de una pesadilla a proezas inimaginables, del sadismo a declaraciones de amor que morían antes de ver la luz del día o la oscura inmensidad de la noche. Lo lunarios sabían que la zona limítrofe entre el sueño y la vigilia era la aduana de la felicidad, del horror, de la vida, de la verdad. Por esto, jamás hablaban de lo que veían en el inconciente de la gente. Hacerlo implicaba alterar el orden natural de las cosas. Además de esta regla tácita, había una más: Jamás navegar por las noches de un ser querido.

En una pequeña Aldea en Ogarus, un poblado perdido en medio del Valle del Tihar, Olaz era el más joven de los lunarios de la región. Acababa de ser entrenado con las habilidades de los de su estirpe, y esperaba ansiosos la luna nueva por venir. Sin embargo, su curiosidad no radicaba en la preservación de una tradición única, sino en el interés por deslizarse a lo largo de los deseos de Aisa, de quien estaba enamorado desde que era un niño.

El día de la primera luna nueva, Olaz esperó a que Aisa cayera dormida para entrar a sus sueños. Al hacerlo, esperaba toparse de frente consigo mismo, comprobar que el final de la historia era feliz, que sus deseos eran correspondidos. Sin embargo, lo que vio lo horrorizó: Si bien se encontró, también vio a su amada en orgías interminables, con hombres y mujeres de todas edades, prácticas sádicas indescriptibles y rituales que jamás había imaginado. Al pasearse por aquellas escenas encontró a su mejor amigo sometiendo a su amada, llenándola de placer, llevándola a un climax contundente, irreductible. No pudo más y salió de aquella joven iracundo, con la única intención de matar a los protagonistas de aquella escena. Y así lo hizo.

Esa fue la última noche de los lunarios. Desde aquel día los que no fueron condenados a la hoguera escaparon y se convirtieron en anacoretas en rumbo al olvido. Su nombre se borró de la historia y su huella de los sueños de la gente.

Por cierto, Olaz logró escapar del Valle de Tihar. Cuentan los rumores que cayó presa de sus propios sueños, que se hilvanaron como cascada, uno tras otro, cayendo cada vez más abajo, ahogándolo poco a poco. Ninguno de los lunarios quiso hablar de esto. Ninguno quiso.