De 10
Anoche veía en la TV el programa de Maradona. Más allá de críticas inútiles y pretenciosas, hay algo que me dejó altamente impresionado. Durante pasajes de la transmisión me emocioné profundamente; Goico, el ex portero de la selección argentina y co anfritrión invita al Diego a ver un video en el que sus hijas le dedican una canción, mezcla entre conmovedora y sensiblera, alternando imágenes de las chicas y los momentos de este hombre portando la camiseta de la albiceleste y el Boca Juniors. Acto seguido, el público se descubre el torso para dejar ver una playera que dice algo así como "Te quiero Papi" y el nombre de las hijas. Insisto, me emocioné mucho.
Este es uno de esos puntos en el que la razón no puede con el complot de la emoción. Desde un punto de vista racional, este es un hombre cuya única gracia fue jugar fenomenal al fútbol. Nada más. Doradicto rehabilitado, sin ninguna aportación intencional relevante extra cancha, y con actitudes lejanas de las de un ejemplo. Sin embargo, creo que hizo involuntariamente algo tan valioso que ni él se lo imagina. Le dio ilusión a un pueblo lleno de desdichas, de sinsabores y puertos nunca alcanzados. Brindó esperanza donde no la había, e hizo sentir a más de uno que pertenecía a un grupo de ganadores, por lo menos en la cancha. Este efecto social tiene alcanzas fabulosos.
Realmente recuerdo poco de mi infancia - y eso que no pasó hace tanto tiempo. De los jirones que rescato es la imagen de estar sentado frente al televisor viendo los juegos del Madrid, gritando de emoción con mi padre ante los goles de Hugo Sánchez.
Este es uno de esos puntos en el que la razón no puede con el complot de la emoción. Desde un punto de vista racional, este es un hombre cuya única gracia fue jugar fenomenal al fútbol. Nada más. Doradicto rehabilitado, sin ninguna aportación intencional relevante extra cancha, y con actitudes lejanas de las de un ejemplo. Sin embargo, creo que hizo involuntariamente algo tan valioso que ni él se lo imagina. Le dio ilusión a un pueblo lleno de desdichas, de sinsabores y puertos nunca alcanzados. Brindó esperanza donde no la había, e hizo sentir a más de uno que pertenecía a un grupo de ganadores, por lo menos en la cancha. Este efecto social tiene alcanzas fabulosos.
Realmente recuerdo poco de mi infancia - y eso que no pasó hace tanto tiempo. De los jirones que rescato es la imagen de estar sentado frente al televisor viendo los juegos del Madrid, gritando de emoción con mi padre ante los goles de Hugo Sánchez.