5.25.2008

Primates asesinos


En su lecho de muerte, Sigifredo Eliseo Rico veía apacible como uno a uno iban llegando los miembros de su familia; Eleuteria, su mujer, con quien había vivido los últimos 45 años de su vida; Darío, el mayor de sus tres hijos, abogado de profesión, hombre ejemplar. Estaba también Martina, su única hija, madre abnegada de cinco estupendos niños, y por último, Eleazar, chamán, alquimista y terapeuta new age.

Todos sabían que le quedaba poco tiempo al viejo Sigifredo Eliseo Rico. Esperaban resignados sus últimas palabras, que a pesar de su fugacidad, ocuparían un lugar central en el recuerdo que los presentes guardarían del casi difunto.

Por el pasillo del hospital pasaba una enfermera con su hijo; ella entró al almacén a recoger utensilios, dejando al niño fuera. Éste, aburrido, decidió husmear por ahí, hasta dar con el cuarto de Sigifredo Eliseo Rico. Entró.

El niño – de nombre Augusto… No porque importe ni porque alguien se haya enterado –, tendría unos 10 años, desenfadado, locuaz y un poco torpe. Al verlos a todos tan serios, pensó que lo mejor sería contar un chiste.

- ¿Les cuento un chiste? – Dijo confiado y en voz alta.

Mutis.

- A ver si se lo saben. ¿Por qué los changos no van a fiestas?

Mutis

- ¡Porque son pa changas! ¿Entendieron? ¡Pa changas!

Sigifredo Eliseo Rico dejó escapar una carcajada que desconcertó a su esposa e hijos; incluso se enderezó un poco, y a la mitad de una risotada comenzó a tener problemas para respirar. En ese momento entraron los médicos, que intentaron hacer algo para salvarlo. Sigifredo Eliseo Rico Murió. De una carcajada.


(El acta de defunción decía en su primera versión: “Muerto de la Risa”. Tuvo que ser modificado… Qué falta de humor. )