7.30.2007

Espacios y Artificios


Mi abuelo me dijo de niño que nosotros, algunos, cualquiera, únicos tal vez, estamos destinados a vivir en un estado especial entre el sueño y la vigilia; habitamos un lugar que no es lugar, en un tiempo que no es tiempo, donde podemos viajar de un sitio a otro instantáneamente, sin que nadie lo vea, sin pedir permiso.

Lo recuerdo sentado viendo a la ventana sin verla, sentado sin estarlo, estando sin estar; pensaba que viajaba a un pasado que no existió, con una vida que no vivió, a una opción que podía reemplazar por otra con tan sólo decidirlo de nuevo.

Hay días en los que antes de dormir cierro los ojos y viajo a uno de los tantos puntos que existen en este espacio, tan lleno de espacios, tan lleno de puntos, donde platico con el viejo de tantos viajes que viajo con sólo pensarlo, en realidad, sin pensar.

Ahora mismo, tal vez, haya alguien que me vea y piense: “ahí está”, cuando en realidad me estoy contando un cuento, viajando un viaje, tal vez con el viejo, tal vez con alguien más.

7.22.2007

Por si me olvido de mí


Eliseo Alatriste decidió emprender un viaje a quiénsabedónde, 10 años atrás, donde los ahoras aún son sueños, donde las palpitaciones eran más vigorosas, donde los músculos funcionaban mejor.

Eliseo no es ningún irresponsable; pidió permiso al jefe, se despidió de los amigos e incluso encargó su gato con la amiga de una prima hermana a la que estima “en serio”, según me dijo.

Antes de partir, como indican las buenas costumbres, telefoneó al joven Eliseo para avisarle de su llegada; le pidió no decirle a nadie más, pues quería darle una sorpresa a todos en casa.

Durante el camino Eliseo durmió profundo. Soñó con una mujer cuyo rostro no podía distinguir, pero sabía que había amado con toda su alma, y por más que caminaba para alcanzarla nunca podía llegar.

Soñó también con un ventanal al borde de un bosque verde y frondoso, en una tarde lluviosa, donde un viejo le hablaba desde atrás y le decía muchas cosas, muchas.

En quiénsabedónde nada había cambiado; Eliseo se sintió cobijado, mimado por las calles que pisaba, el viento que lo delineaba, el tiempo que corría a un ritmo lento y amable.

En la mesa de un café del barrio Deporahí, Eliseo y el joven Eliseo se sentaron uno frente al otro.

- ¿Y? – Dijo Joven Eliseo
- Y nada. – Dijo Eliseo mientras sorbía un café muy caliente, mirando alrededor como ido – Sólo tenía ganas de verte.
- Ya… Bueno y cuéntame, ¿al final caminaste?
- Mucho, algunos caminos más de los que te imaginas. Otros, parálisis total.
- ¿Hijos?
- Nada.
- ¿Guerrillero?
- Menos.
- Puta madre, no sé si quiero saber.
- Yo tampoco.

Ambos permanecieron callados por un rato, bebiendo café, mirándose y mirando a la gente que pasaba por ahí. De pronto un trío entró al local y comenzó a tocar unos boleros, que Eliseo tarareaba tímido.

“Yo que fui del amor ave de paso…. Yo que fui mariposa de mil flores…”

- Venga, Eliseo, dime. Sé que algo pasa, te conozco, te sé leer. Cuéntame, sabes que puedes. Si no a mí, ¿a quién? – asentó joven Eliseo.
- Tengo preguntas.- Dijo con la mirada clavada en los ojos de joven Eliseo.
- Dime, te escucho.
- Quiero que me digas… Que me cuentes qué te gusta, qué haces, con quién te diviertes; dime cómo le haces para emocionarte, para sentir, así nomás, así de pronto, de sorpresa. Aún duermes de corrido, ¿cierto? Cuéntame cómo lo haces, como sueñas. Ya casi no me pasa ¿En qué sueñas últimamente? Dormido o despierto. Cuéntame qué sientes cuando ves a Juliana, cuando te habla, cuando no te habla. Dime cómo puedes estar solo, cómo te soportas todo el tiempo, solo, contigo. Cuéntame qué te enoja, qué te duele, cómo sientes el fuego en el vientre, dime por favor. Dime cómo vas en casa, qué dicen todos, cómo te quieres largar, cómo quieres vivir y punto, vivir y nada más. Necesito saber, Eliseo…

Eliseo no aguantó y sus jirones se hicieron agua que bajó por sus mejillas trémulas, por las comisuras de sus labios que no pudieron seguir hablando y callaron. El joven Eliseo lo vio con calma y ternura, se levantó de su silla y envolvió a Eliseo con sus enormes brazos, porque sabía que eso necesitaba, que eso quería, que para eso había venido, y mientras el trío seguía tocando, le dijo quedo: “Tranquilo, Eliseo, yo te cuento, te digo lo que quieras.”